domingo, 3 de abril de 2011

Lectura


En ese momento me di cuenta de que las hormigas sí disponen de líquido lagrimal. Pero no brota de los ojos hasta que el dolor es insoportable: como el mío en aquel instante. Lloré como nunca había llorado una hormiga.
Alex y Lilly volvieron a la habitación. Me sobrepuse; Lilly no tenía que verme llorar. Claro que, de todos modos, no me habría visto llorar, yo era demasiado pequeña, pero era una cuestión de principios.
Alex tapó cariñosamente a Lilly y le leyó Pippi Calzaslargas. Pero, por muy divertidos que fueran algunos pasajes con la señorita Prysselius, Lilly no se rió ni una sola vez.
Después de leerle tres capítulos, Alex apagó la luz y se quedó tumbado junto a ella hasta que se durmió la pequeña. Se notaba lo mucho que se preocupaba por Lilly.

Al oír sus pequeños y dulces ronquidos, Alex se levantó con mucho cuidado. Caminó a hurtadillas hasta la puerta, volvió a mirar Lilly, ya dormida, respiró hondo y salió triste del cuarto.

Ahora yo estaba sola con mi pequeña.

Me acerqué a su cara. No se movió aunque is seis piececitos seguramente le hicieron cosquillas. Dormía profundamente. Le susurré "Te quiero", y le di un besito de hormiga en el labio inferior.

Luego me tumbé sobre su mejilla. La respiración rítmica de la pequeña me meció hasta que yo me dormí dulcemente.

Maldito Karma, David Safier