Invoco a los espíritus y a las sombras,
para que te susurren al oído
los secretos mas profundos de mis ojos.
Invoco al viento,
a los árboles,
al sol,
para que te cojan de la mano
y te traigan hasta aquí.
Te estoy esperando.....
¿no lo ves?
Odio este momento... este preciso momento en que no sé que es verdad y que no. Cuando creo ver que nada es lo que parece. Y que detrás de un gesto o una palabra vuelve estar la Mentira.
Odio perderme en ese sentimiento. Odio sentirme terriblemente aterrada incapaz de razonar. Odio el nudo en el estomago que hace que todo desaparezca, Y que todo vuelva de repente a mi sin avisar. Odio haber llorado. Odio haber creído. Odio haber sentido. Odio haber llegado a este punto en que ya no sé confiar, en que ya no sé en quien confiar. Y sobretodo Odio no ser capaz de no sentir todo esto.
No me mires ahora. Aparta la vista a los recuerdos, a las esquinas marcadas, los portales acariciados, los rostros compartidos... ahora olvídate de mi. Porque la vida que hasta ahora fue dejará de existir. Y el espacio que aquí ocupo quedará vacío... así que deja de mirarme.
Este les un fragmento de una libro que leí hace una año (mas o menos) y que estos días no he podido evitar releer...
Una historia de amor y oscuridad, Amos Oz
El tío David era un eurófilo evidente y convencido, especialista en literatura comparada, en literaturas europeas que eran su patria espiritual. No entendía por qué tenía que renunciar a su puesto y emigrar al Asia oriental, un lugar extraño y desconocido para él, sólo para cumplir los deseos de unos antisemitas ignorantes y de unos bandidos nacionalistas sin cerebro. Por lo tanto, se quedó en su cargo, con el fin de servir al progreso de la cultura, el arte y el humanismo que no tiene límite, hasta que los nazis llegaron a Vilna: los judíos, los intelectuales, los cosmopolitas y los amantes de la cultura no eran de su agrado, y por eso asesinaron a David, a Malka y a mi pequeño primo Daniel (..)
Hoy Europa ha cambiado completamente, hoy está llena de europeos de pared a pared. Por cierto, también las cosas que se escriben en las paredes europeas han cambiado radicalmente de forma: cuando mi padre era joven y vivía en Vilna, en todas las paredes de Europa ponía: “Judíos, marchaos a Palestina”. Hace unos cincuenta años, cuando mi padre volvió a visitar Europa, las paredes le gritaron: “Judíos, marchaos de Palestina”.